Cuerpo de mujer,
pálida lumbre donde el sol se pone,
donde se extienden los campos
y la serenidad adormece.
Blancas piernas,
como leños blancos que a mi cintura
se agarran en un suspiro
encadenado a mi boca.
En la tuya se escuchan sonoros
pero sinceros ecos
nacidos desde mi alma que
gritan tu nombre más que nunca
con deseo
y mientras olvidadas,
las penas se esconden.
Y en un susurro acaricio tu cuello,
mis labios dibujan tu piel
buscando de nuevo el camino
donde se pierdan con los tuyos.
Y en solo una mirada volvemos
a romper el silencio.
Son tantas las palabras que se cruzan
nuestros ojos,
que no puedo cerrar los míos
si eso supone no poder leerte,
leer esa calma teñida de tenue marrón
con la que hablas.
Mis manos firmes y a la vez temblorosas
no dejan de escribir sobre tu cuerpo,
perdidas como en un eterno naufragio
navegando entre tus cauces
mientras la noche
poco a poco va derrotando al tiempo,
y las horas son seres extraños
que no saben cómo sobrevivirse.
Quiero ser como el fuego
que sobre tu luz te envuelva.
Entre infinitos besos de dolientes
armas que en su lucha aman,
no quiero dejar jamás la tierra
en la que mi corazón comenzó a soñarte
desde lejos.
Como dos tallos crecidos que se abrazan
y se persiguen
y dejan caer sus flores
mientras el rumor desnuda sus rostros
y el no de triste gris palidece
y las preguntas se responden
por sí solas...
Pensar que todo fue un sueño....
Sostener por un segundo tu juego...
Déjame convertirme en tu último
insomnio.