Siempre ha sido un deleite para mí ver la lluvia caer.
Estos días de mucha lluvia me hacen reflexionar.
Ahora me encuentro solo en casa. Lía (mi perrita) ronda de aquí y de allá. No podemos salir a dar un paseo, las circunstancias no lo permiten.
En una de sus tantas idas y venidas, me salta encima y se acurruca en mi regazo. Se le escucha un leve quejido, esconde su carita, un fuerte suspiro y se queda quieta.
Cuán tierno siento este gesto.
Ella confía, se abandona, busca protección y calor humano. En fin, lo que buscamos todos de una u otra forma.
Las horas pasan lentamente. Casi puedo percibir el destilar de los segundos. Se escuchan los autos pasar por debajo de mi ventana. Estamos en una carretera principal. El viento ulula mientras las gotas de agua se estrellan contra los vidrios.
Suspiro profundo, acaricia el lomo de Lía y comienzo a tararear una vieja canción de mi infancia. Mi mirada perdida en el horizonte gris. Recuerdos lejanos me invaden mientras canto:
Qué piensa la muchacha que pila y pila.
Qué piensa el hombre torvo junto a la vieja,
y qué dicen campanas de la capilla
en sus notas, qué tristes, parecen quejas.
Y esa luna que amanece
alumbrando pueblos tristes,
qué de historias, qué de penas,
qué de lágrimas me dice.
En el fondo hay un santo de a medio peso.
Una vela que muere en aceite sucio.
Más allá, viene un perro que es puro hueso
con ladridos del hambre que Dios le puso.
Y esa luna que amanece
alumbrando pueblos tristes,
qué de historias, qué de penas,
qué de lágrimas me dice.
La canción lleva por título: “Pueblos tristes”. Escrita por el gran compositor popular venezolano Otilio Galíndez. Canta Lilia Vera, excelente cantante caraqueña.
Mientras canto, Lía se adormece. El aguacero arrecia (espero no sea por mi cantar) mientras mi mente se traslada al pasado.
Ahí estoy, sentado en un escritorio en casa haciendo mis deberes. Mi madre, en una pausa que le concede su depresión, limpia y arregla la casa. La miro de reojo, sin que se a percate de que lo hago. Del viejo picó se escucha esta canción. Me parece triste, muy triste. Mamá la canta en voz baja. Tenía una voz muy entonada, dulce, suave, mas se avergonzaba de la misma. Son pocas las veces que la recuerdo alegre, despreocupada, tranquila. Siempre triste, desolada, agresiva. Bipolar. Podía estar tranquila un momento y de repente, cambiaba completamente agrediéndote. Pobre mujer, hoy a sus 91 años recién cumplidos, se apaga lentamente hundida en esa “maldita” enfermedad que ha sido su cruz toda la vida. Su mayor temor, llegar a la demencia.
Termino mis deberes y me levanto para ir al baño. En ese momento mi madre le da un ataque de pánico, me tomó por los hombros, me sacudió y me suplicó: “pídele a Dios que me ayude, que me quite esto que siento. Él a ti te escucha, a mi no”.
Sonrío recordando ese episodio, pero en aquel entonces, estaba paralizado de terror. Amo a mi viejita, pero tengo que reconocer que en aquel entonces le temía. No sabía que iba a ser en determinado momento. Cuando estaba sedada por algún medicamento, (cosa que sucedía con frecuencia) me acostaba a su lado, la tomaba de la mano, besaba su frente y le susurraba “y esa luna que amanece alumbrando pueblos tristes, que de historias, que de penas, que de lágrimas me dice….”
Sigue arreciando la lluvia y yo sigo aquí, acariciando recuerdos tristes de un pasado un tanto remoto. Me voy quedando dormido. De nuevo soy niño, esta vez estoy en el regazo de mi madre que ríe, que me acaricia (no recuerdo una caricia suya). Yo estoy feliz al verla de esa forma. La miro directamente a los ojos y le digo: “mamá, te quiero mucho”. Ella me abraza fuerte y me dice: “yo también mijo querido. Perdóname si en algún momento te he hecho daño”.
Me despierto sobresaltado. Lía se asusta. Voy directo al teléfono y llamo a casa. Hablo con mi padre, quien entre lágrimas me cuenta que mi madre la han llevado anoche a la clínica. Ahora se encuentra estable. Trato de animarlo, de serenarlo, espero de haberlo logrado. Uno de mis hermanos coge el teléfono y me dice que está mejor. Que el médico da esperanzas. Que no me preocupe.
Lo que más me duele es no poder viajar. La distancia es cruel y pase lo que pase, solo puedo elevar una oración y esperar que la natura siga su curso.
Sin darme cuenta retomo de nuevo el coro de la canción:
“ y esa luna que amanece alumbrando pueblos tristes, que de historias, que de penas, que de lágrimas me dice…..”