Alberto Escobar

Don Diego de Silva y Velázquez

 

 

Bebí las mieles sevillanas que rezumaba
La Casa de los Pachecos, maestro que
pintaba las gracias con un donaire que
embelesaba a la Curia romana que 
altiva dominaba.

Tuve que abandonar cuna
y pesebre con lo puesto,
a buscar fortuna, corte
e ingresos con vil denuedo.

Felipe el cuarto acoge
en su Parnaso
mis rumores, promesas
que no tardaron
en hacerse realidades.

Me vienen los grandes encargos
que sentaron las bases de las
academias futuras, de las corrientes
más abundantes en cardumen que
imaginarse pueda.

Salen de mis lápices las Meninas, Las
Lanzas y un sinfín de retratos reales
que aseguran mi sustento y pertenencia
a una corte en las postrimerías del
esplendor que alumbró a las Españas,
valedoras de la verdadera religión.

Mi vida terminó lejos de la tierra que me
vio nacer, de aquel Edén dónde aprendí
a reflejar realidades en solo dos
dimensiones.

Allí donde pude respirar el aire más puro
que nunca una obra pictórica pudo
contener:    El aire de Mis Meninas.