El más pobre entre los pobres,
cansado, hambriento,
sediento y sin techo para dormir.
¿Puede dar pan y descanso?
Amó, se entregó, confió, y
vivió para todos.
Los caminos lo llenaron de polvo,
el viento frio secó el rostro,
el sol laceró la piel,
la madera mallugó sus manos y
la soledad lo entristeció.
Miraba como siempre,
con ojos tiernos.
Inigualable vida:
instructor de la paz,
de la fe, del bien y la luz.
Tocó las flores,
los rostros infantiles,
a ciegos y adoloridos.
Pero traicionado, abandonado,
entre malhechores y
sobre una cruz ensangrentada
fue su amargo final.