Estaba en eso de andar dejando
que la vida se escura a su antojo,
viendo cual rama desnuda el horizonte,
bajo la sombra generosa de un algarrobo,
cuando se detuvo a mi lado el tiempo,
jinete de misteriosos vientos de antaño.
Un amargo, compañero infaltable
de las horas lentas de la tarde,
le ofreció mi alma de paisano.
En la charla inusual que se entablara,
me conto con tristeza de su pena,
por aquellos a quien, ya nadie espera.
Vive el hombre me dijo en el engaño,
de creerse superior sobre la tierra,
siendo solo, polvo entre las piedras,
que ni puede decidir, su ultima hora.
Le deje mi silencio por respuesta.
El monto a su caballo, sin espuelas