Rafael Parra Barrios

Somos imperfectos, hasta que morimos

 

Si el hombre lucha durante toda su vida por alcanzar su perfectibilidad es porque simple e inevitablemente es y será para siempre un ser imperfecto.  

Su vida comporta un devenir incesante, imparable en su esencia, indetenible en su transitar, y constante en su espacio dinámico temporal.

Así cumpla lo planificado a corto, mediano y largo plazo, el viaje continúa, y la vida también, porque es imposible que al llegar al destino previsto culmine su plan de vuelo, porque otros senderos y compromisos nacerán.

El hombre se propone metas y cuando las logra, otras tantas vendrán, y así sucesivamente a lo largo y ancho de su actuación en la sociedad en donde interactúa como sujeto social.

Él siempre fluye y cambia. Su estructura biopsicosocial es porosa y permeable a una sempiterna metamorfosis que lo conduce a etapas superiores.

El deber ser del sujeto social y el afán por tratar de mejorar las condiciones subjetivas y objetivas de convivencia ciudadana, le imprimen a su participación en el contexto existencial, la voluntad de cambio necesaria para cristalizar un status quo estelar, plataforma indispensable para seguir re-evolucionando y conquistando etapas cambiantes de conductas renovadas en el titánico camino de la inalcanzable perfectibilidad humana.

El hombre en tanto sea lo que es, siempre será imperfecto, y por tal condición luchará por ser cada vez mejor, por ser diferente y desafiante ante su propia naturaleza, que lo impulsa a superarse.

Su dialéctica heraclitoniana es inmanente a su identidad. Siempre andará buscando nuevos derroteros y allí por ende reposa la clave de su florecimiento.

El hombre por ser imperfecto es ilimitado. Él se coloca metas que parirán otras metas y nunca culminará su obra teatral. Proseguirá buscando novedosos horizontes en la filosofía de su vida, escalando las montañas de la sociedad, superando las circunstancias escabrosas de la historia y alcanzando los pedestales sociológicos del ínterin antropológico de su inquieta actuación, que apresurarán su reinvención y el trámite de su conciencia individual, de su visión teleológica, de su capacidad epistemológica y de su perspectiva histórica.

El hombre es una criatura espacio-temporal que parte de su imperfección –aparente limitación- para redimensionar su ilimitada capacidad de ser cada día un ser superior, extraordinario e insólito.

El hombre se afirma y se niega, y al negarse, se reafirma. Las contradicciones dinamizan su progreso. Los antagonismos divisan su porvenir. El hombre de hoy liquida al de ayer; y el de mañana, acaba con el de hoy. El hombre es el presente y cuando alcanza el futuro, ese que no existe, seguirá siendo presente, pero un nuevo presente.

Así prosigue su vuelo infinito hacia el norte y hacia arriba, siempre escalando y venciendo obstáculos. Elevándose hasta la victoria, que es transitoria, porque entonces combatirá por obtener otra u otras; y así amalgamar su legado, su herencia cultural, su performance.

La auténtica caracterización del hombre en el tiempo y el espacio, una vez que se marcha al encuentro con Dios, es y será su obra perfecta. Mientras el hombre viva será imperfecto. Solo cuando el hombre fenece, su lucha y sus logros se convertirán en la medida de su perfección. El hombre es imperfecto hasta que muere. Su perfección es post mortem y por amar a Dios no morirá para siempre.