Sandra Lopez Paz

CREACIÓN DE LAS HORAS

                           El alba se adelanta como puede y el barrio

                           la acepta, resignado.

                          ¿Cómo se hace esta luz?

                            Horacio Armani, Creación del día

 

 

 

 Mientras ocurre la soledad

por la persiana

despuntan los sonidos

              su clarividencia

espejando el iris de las calles

abriendo los portones vencidos.

 

Y el pan cruje

en el ayuno del sueño eterno

y nos levanta hacia toda tarea

             -que de cualquier modo

                 marchitará lo creado-

 

Me acompañan-entonces-

los magos del tiempo

los decretos del hacer y el haber

y en mis arcas perdidas

                   sin mapas de tesoro posible

las cuestiones del deseo

                    relegadas al fondo de su propia espera

para otra mañana imposible.

 

Por acá tampoco

los gatos inmortales y extenuados

de los techos

saben nada de la luz.

 

¿Alguien sabe?

me he sentado por siempre

del mismo lado

de mi cama amanecida

y el alba llega

sin puntos cardinales posibles

a mis ojos doloridos

hinchados y sanguíneos

por la misma grieta

que llega el oxígeno

al  añorado descanso.

 

¡Que el tiempo me alcance!

Para las buenas intenciones del día.

                   Que alcancen los relojes

                   para los sueños pendientes

                                los controles médicos

                                -y citas afines con diferentes gurúes-  

                                 las misas de bautismo

                              los saltos al abismo

                          los cuentos nieteriles

                      los exámenes

                   los espejos

               las agujas

            los impuestos

los mates con mis hijos...

 

 

Y en este vicio de ordenar el tiempo

en la primera hora

llena de aflicciones y supuestos

nada hay más firme

que mi cobardía

       el falso orgullo del optimista

y mis gritos castrenses

           ¡vaaaaamos, arriba!

 

Desprevenidos

los ojos  llegan a la tarde

liberados de tiempo

y aún queda

el enorme silencio de tus manos.

 

Sandra López Paz