Cuando el ciprés le llora al encino, agua salada cae del cielo; como sí el mismo cielo fuesen sus ojos.
Ay de ti, ay de mi llorona; que cargas tanta pena en la santidad de tu crespón negro y retorcido, que a la vista parece santo.
Háblame de aquellos años, de aquellos celos, de tu tiempo y nuestro tiempo ya sin el luto que hoy nos sonríe.
Cómo olvidar tu vieja canción que habla de aquellos besos que no nos dimos y, de negro nos vimos; ay cielo mío, cómo.
El corazón se endurece, la realidad se encrudece y vestigios de tortura hallarán su fin.
En tus manos se va el paraíso de mi infierno, en tus manos acaricio mi rostro que fuese tan tuyo, y a tu paso sólo ternura defeca este enorme luto que es murmullo.
Marc Téllez González.