No le puse las horas a la vida
ni a la paciencia una palabra más;
cada día puede ser agonía en la mente,
cada extremo del sosiego oculta locura,
desmiente su equilibrio.
¡Me respiras ausencia, me respiras!
y le hablas a mi soledad cabizbaja;
hay una grieta dentro de la risa,
hay un silencio moribundo de cordura
que terso liberta los ruidos desechos.
Se disparó el relámpago, y llegó en la hora sexta;
de un azul sediento y desnudo
que despliega una música cosida de misterios.
¡Ah viento calvo, saturado!
en mi alma helada, tres esqueléticas estrellas
me enseñan un verso que congela,
un verso estático y encendido,
que posa desde el universo su eco poderoso;
se quiere incrustar por las pupilas,
se me quiere encadenar en los ligamentos.
Oigo mi poesía como el arpa dulce,
como la señora del violín, como la reina;
cuelga auroras y llama a las constelaciones,
a la recia mano metálica que traza su cuerpo.
Ah, Tierra que ya te duermes en el espacio
como única esfera que grita:
¡De cuántos poetas ya te has cansado!
¡De cuántas formas te han descrito desde afuera!
Cuento desdichado.