«Mírame a los ojos, no temas, no te lastimaré
eres lo mejor que me ha pasado» te lo repito como siempre.
Me respondes: «¿Otra vez con esa frase tan trillada?
¿Dónde está el poeta que se inspira con la presencia de su amada?
¿Dónde están los versos puros y hermosos que fluían
cual catarata de pasiones de tus labios con voz apresurada?
¿Dónde las canciones que cantabas, a la vida, al amor?
¿Dónde quedó el juglar latino al que tanto amaba?»
Te miro y me sonrojo. Sonrío nuevamente, y bajo la mirada.
Eres tú y solamente tú quien ha notado en mí los cambios,
que poco a poco en mi andar cansino están pasando.
No quiero admitirlo, pero yo no se desde cuando
he ido dejando de lado la voz del alma que me dictaba
los versos que, a través de mi boca, mi pluma cantaba.
«No te pongas triste, todo pasa por algo — me dices con cariño—
Verás que pronto serás el mismo de siempre, no lo dudes,
Ten fe en ti mismo, en tu suerte y en la fuerza de tu destino,
Que Dios sabe premiar a aquellos que no se abandonan
a la suerte de la vida y siguen firmes en su camino.
Sólo te pido una cosa, nunca pierdas tu alma de niño.»
Con tus tiernas manos has cogido mi mentón, y con suavidad
has logrado levantar mi rostro hacia el tuyo, me miras
como solamente tú puedes hacerlo, y logras que sonría.
Mi alma se alegra, mi corazón celebra tu presencia,
los versos en mi boca son nuevamente frescos y libres
vuelan hacia el infinito en un festival de risas y armonía.
Mi caminar por esta vida está marcado por la dicha
de tenerte siempre conmigo, mi musa eterna,
te repito nuevamente: «¡Eres lo mejor que me ha pasado!»
no importa que sea un verso tan trillado,
estoy infinitamente feliz por lo que la vida me ha dado,
más feliz aún por que en este camino estarás siempre a mi lado.