Cuatro años después...
Todo había transcurrido según lo imprevisto, ella un ángel expulsada del cielo por los errores cometidos, seguía vagando por las tinieblas de la tierra en busca de lo que ya casi ni recordaba. Entre mortales vivía esa agonía de seguir buscando el alma que la rozó en su día, esa que hacía cuatro años cuando todavía sus alas rozaban el cielo sintiendo la cálida brisa del viento en su rostro que en tiempos mejores había dejado tocado su corazón; un ángel del día la marcó con su pasión con el arte de su fotografía, ese que transformó su ilusión y luego la llevó al error de la perdición.
Dicen que cuando llegamos a la vida nuestra alma nace incompleta, nuestra mitad gemela nace en otra parte del planeta y nos pasamos la el tiempo buscando la forma de juntarlas para ya jamás separarlas. Surgen muchos inconvenientes, pues estas acciones no son nada fáciles, los mortales se conforman simplemente con ser más o menos iguales, pero cuando eres un ángel eso no sirve, no hay nada que te llene tanto que tu mitad cuando la encuentras y sabes que existe, no hay nada comparado con el sentimiento otorgado por dos almas gemelas que se han rozado y el dolor que conlleva haberlas separado es el más grande desamor del que en estos poemas se podía haber hablado.
Ella, desterrada y nombrada dama de la noche encantada, de sus alas despojada, intentó tantas veces desesperada volver a sentir el latir de su mitad aletargada, vagaba en las noches desesperada, pero el ángel que la enamoró mantuvo la suya callada, amordazaba cada pálpito de su corazón por el error y una maldición las alejaba.
En las trazas de tiempo, el destino las acercaba, hasta el punto de que casi se encontraban, pero la maldición no perdona y entonces de nuevo las alejaba, una y otra vez lo intentaban, soñaban que algún día juntas por fín estarían, y ya hace cuatro años de eso y algún que otro día... quien las maldijo dijo que se olvidarían, pero dos ángeles oscuros en el recuerdo vivirían aún en desacuerdo por tanta ironía... sabían que tarde o temprano se perderían y en lo lejano recordarían lo que son y lo que fueron, desde que la dama de la noche posó los pies sobre el suelo, buscando un consuelo con el que soñaría en la más oscura tontería, vagando por infiernos que nunca creyó que pisaría, llorando los avernos, y deseando conocernos para romper el pacto con el diablo que vaga en los iluminados del infierno.
Nunca llegó ese día, la dama vagó por tierras que desconocía, buscó su rastro llevándose tratos nefastos, escuchando al viento que traía sus noticias de vez en cuando, sabiendo que las dos partes estaban deseando, pero el error en el cielo no los estaba dejando, y siguió... siguió intentando, nunca se cansó de haber andado tanto, la noche su aliada, el día muchas veces no le decía nada, por eso dormía, con la filosofía de que ese ángel desde su sitio la cuidaba para que descansara y luego siguiera la búsqueda activa para la que estaba encomendada... pero nunca llegó la alegría, a punto de tocarse se desmoronaba, el miedo y su zafia alevosía las mantenía inalterables y separadas... así cuatro años y un día... así pasamos de vivir a verlas como morían dos almas destronadas...
Y sigo aquí sentada, entre metáforas hiperbolizadas, entre tu alma y la mía, partidas por la espalda... cometiendo los mismos errores de cada día, en una tierra desenfrenada... siempre quedarán otras vidas en las que buscarte y no ser abandonadas... siempre recordaré tu alegría al saber que sonreías y que encontraste la felicidad con alguna mortal que me la robaba, tu mitad no sería pero poseería un trocito de tu alma, la que sigue siendo mía con una gran demanda, la que recuperaré en algún tiempo de no se que año y se pasen los lamentos, pero hasta entonces estoy en lo cierto, el dolor se apodera creando el tormento que conmigo todavía vela en la oscuridad del arrepentimiento, en un cielo sin estrellas, porque solamente veía una que eras tú y ya no brillas entre ellas... apagaste tu luz, ensombreciste después del cruel alud que nos envolvió tras escalar casi hasta la cima de la montaña, dejando la nada que ahora nos araña, sintiendo tus dedos que mi melena enmarañan, navegantes de un destino, nuestro destino que siempre estuvo en la diferencia de entre un sí y un no...
La dama de la noche simplemente pensaba en voz alta, tenía su trozo de alma partida, y yacía en el borde de una fría repisa de la montaña, descalza, la luz de luna llena lucía y empalidecía su ted blanca, iluminando su melena lacia humedecida por el viento norte que escuchaba, pero no transmitía nada, la maldición la ensordecía; el sonido de las olas aparecía y entre la brisa quebrada sentía que su alma moría desequilibrada por tanta tristeza y melancolía, por momentos se abandonaba sabiendo que saltaría, pero esta vez no hacia la almohada pues sus sueños se rompían como el agua sobre las rocas se desvanecería, porque otra alma rota desmontó su filosofía y con ello evoca el desastre al que se sometería en la segunda parte de este relato sin final hoy todavía.