Tierra de santos y de cantos… Dime, vieja ciudad, crisol de inviernos, dime desde cuándo un muchacho que tuviera modales castellanos se ha inventado un amor a la italiana o ha habitado una suite de habla inglesa, desde cuando conoces en tus calles que vitrales y ojivas bañados en luz verde se dediquen a mirar de soslayo a los maestros cantores. Jamás vieron tus muros arrogarse por nadie mundos que no eran suyos, jamás tocan a muerte tus campanas cuando lloran los ángeles la lujuria encendida de algún místico. Alguien puede que viva a muchas leguas de ti y que no miente su cuna cuando cante a su madre, alguien puede que redima su angustia en otros mares y en sus manos pierdan peso tus piedras, pero yo nada digo y si dijese sólo a golpes de huellas sumergidas y zapatos de música te diría mi nombre por que ¿sabes? tú también me enseñaste que no es bueno gritar cuando no pasan las aguas bajo el puente y se han quedado obsoletas las leyes, de ti llevo la luz en sobriedad y amo los versos sencillos del asceta y los sabores a nada que salen de los grifos. Dime, vieja ciudad, cuando te mueras, y a pesar de estar lejos ¿me llevarás contigo? Porque debes saber que cada otoño que ocurre es más oscura esta triste diáspora y el miedo a la distancia también duele como un olor a rosas que se arden.