Esta es la historia de una familia que por esas cosas del destino, derivó en un fortuito acontecimiento, sin importancia aparente, mi nacimiento hace ya un tiempo
Ese acto formal, aconteció un día como cualquier otro, allá por el año 1948, el invierno Cordobés ya se sentía pleno, cuando mi madre, Amalia Mercedes, tras una semana de infructuoso trabajo de parto, pudo darme a la luz, con alguna dificultad.
Soy el tercer Couceyro Perés, nacido en un hogar sin blasones nobiliarios, pero de orgulloso padre, profesional de la boca, no era para nada político, solo odontólogo de increíble habilidad en esas terribles artes.
Hombre de escasas pero firmes palabras, su afiebrada convicción moral, lo equiparaba al quijote y en los primeros años, moldeó mi carácter, haciéndome único en la templanza del alma, casi un ser sobrenaturalmente orgulloso de estar en el lugar más desfavorable.
Recuerdo, que aún siendo tan niño, que no había superado los tres años, sentado él en su sillón como un Moisés de los años 50´, me dijo, Esteban llevas mi apellido y eso es una responsabilidad que debes honrar a cualquier precio. Yo sentado a sus pies, lo miraba absorto, tratando llegar a la comprensión de tan importante planteo.
Siempre ante los demás y ante tu propia conciencia, debe haber un circulo a tu alrededor y nadie debe pasar por el, ni vos podes transponer el círculo mágico que es frontera del honor de un Couceyro.
Yo en mi infinita inocencia, lo miraba atento, en absoluto silencio, hasta que le dije,- Papá, pero yo soy un Couceyro Perés, mi círculo tendría que ser más grande, quizá demasiado grande, para mi.
Don Diógenes, no esperaba absolutamente, la inquietud de su último hijo. Hubo un largo silencio, la mirada expresivamente dura que siempre tenía, fue cerrándose lentamente a una sonrisa poco habitual en él, cuando me dijo,- Esteban, siempre los círculos llevan lugar para la madre.
Ese día fui nombrado, en mis fantasías, el tercer caballero de la orden de los Couceyro Perés. Escasos miembros de una más lánguida cofradía, heredera de talentos varios, pero de escasos triunfos en las lides del vivir.
El primogénito, Ubaldo Fernando, consagró su vida al mar, llegando a ser Capitán de navío y falleciendo a temprana edad, sin heroicidad en medio de una cena.
El segundo caballero de la triada, fue Guillermo José, de una inteligencia superior, pero de supina inutilidad en todos los órdenes del vivir. También fallecido, por estos tiempos a edad adulta, desconociendo las causas por haberme distanciado de su camino.
Yo como tercer y último hijo, he heredado características de ambos, la locura de mi padre y la magia prodigiosa de mi madre. Esas cualidades, jamás las he utilizado habitualmente, pero en contadas ocasiones, me fueron útiles.
Algunas veces, el círculo mágico, fulguró ante quienes intentaron la ofensa del destrato, sin importar el poder. Siempre he salido indemne.
A los cinco años, Don Diógenes, me enseño a blandir, armas de puño y también las largas.
Los secretos del tiro me los confió en medio de gran cantidad de consejos, sobre la responsabilidad del uso de tan poderoso ingenio.
No matarás, mas que para comer y si se da el caso que alguien quiera romper el círculo mágico.
Al mismo tiempo, mi madre, me introducía en el mundo de la plástica, con los colores y la especial observación del artista, ante la naturaleza.
Pero eso no fue lo más importante, sus conversaciones, me llevaron por un camino mucho más importante, la observación de los fenómenos humanos. El pintor, entrecierra los ojos, para retener lo esencial de la forma y el color.
Así aprendí, los matices del comportamiento humano, las deformidades de cada uno de los defectos propios y ajenos.
Definitivamente desenfoqué los detalles de la realidad, creando un universo nuevo que me permitiese vivir armónicamente con mi naturaleza.
Así fueron surgiendo los personajes de mis historias, seres limitados por los fracasos, en búsqueda de los ideales y ensoñaciones de mi propia personalidad.
A propósito de eso, yo en lo particular, nunca llegué a coronar con éxito, ningún emprendimiento, tanto en los estudios, como en los innumerables trabajos realizados, siendo un capítulo a parte la actividad artística, que incursioné en distintas etapas y especialidades.
La primera fue la pintura, figurativa y realista, concluyendo en la técnica de la acuarela, que viene a ser la poesía de la pintura.
Luego hice escultura, la que expuesta en un salón local, atrajo la atención de alguien relacionado con Francia, al poco tiempo (contaba con una veintena de años), me llega una correspondencia del gobierno francés, invitándome a París para hacer estudios becados en Bellas Artes. Estúpidamente la rechacé.
En un punto inevitable de mi vida, el amor floreció a pesar de mi inveterado estado invernal. Esta es quizá la etapa en que hice abandono de mis habilidades artísticas, pero en realidad las perfeccioné, ella y yo fuimos desenfocándonos de nuestras realidades, para concluir en la obra impresionista de un gran artista. Una gran escena, corregida en varias capas que llevan a la perfección.
Tras muchos años, nació nuestro hijo Yago, al que le he dado como herencia un círculo mágico igual al mío, solo que él lo ve distinto, quizá por sus escasos años de vida.
Por las obligaciones familiares, tuve un largo período de trabajo y oscuridad creativa que concluye, como en la historia de la humanidad, con un renacimiento..., en la intención de escribir poemas, en medio de una potente crisis económica.
Debo confesarte, que escribo así pues soy desordenado, proclive a expresarme con rapidez e impaciente para elaborar una historia un tanto larga.
He pintado todos mis cuadros en menos de media hora, mis tallas y esculturas no pueden superar un par de horas y en la escritura, también soy rápido y nunca pienso en lo que hago, solo fluye.
Pero en contraposición, mi cerebro no para de pensar y elaboro demasiado, para ser un \"disfrutador\", de cosas elementales.
Hoy, quizá llegando al fin de este incierto viaje, la mente fluye negadora de su limitación, suponiendo que explotando en vidas nuevas, como un fuego de artificio, mi legado se verá enriquecido por la multitud de recuerdos propios e inventados, como quién grita palabras que no dice, corriendo en un paisaje inmóvil, el fondo blanco que hay detrás de estas letras.
Escribo, sin un propósito, dejando que algo que no conozco, dicte lo que he de vivir una y otra vez.
No me importa el valor de esto, pero si alguien refleja su emoción en el escrito, habré hecho algo, habré vivido en esa sensación ajena de quién me leyó.
Pasados tantos años, desde que mi padre dibujara ese círculo a mi alrededor, sé que se ha convertido en un lugar concurrido, con personajes e historias de una vida, la mía y la de tantos otros.