Ayer todo era oscuro, los rayos a lo lejos
rasgaban con su fuerza la grisura del cielo,
los días destilaban un aroma de viejo,
las hojas del hastío iban cubriendo el suelo.
Sin ilusión, sin sueño pasaban los momentos,
las mañanas, las tardes, las horas y los días,
eran largas las noches, era caliente el viento,
era silencio el alma, brutal monotonía.
Pero un día cualquiera sopló fuerte la brisa,
al final de algún sitio se abrieron las ventanas,
una ráfaga fresca trajo hasta mí tu risa
y en la noche de otoño reventó la mañana.
Fue para mí el buscarte razón de cada paso,
hacia ti fue mi mano, mi corazón, mi pluma,
mi fe, mis esperanzas, la fuerza de mi brazo,
mis poemas de amor, mis penas y mis dudas.
Mi miedo fue adorarte y que tú ni me vieras,
que pasara a tu lado sin mover tu cabello,
que cada madrugada que en mi sueño estuvieras
tú estuvieras soñando caricias de otros dedos.
Se bien que no soy nada, que mi candil incierto
es apenas rescoldo al lado de tu hoguera,
pero debes saber que en las tardes de invierno
puedo templar tu cuerpo con calor que no quema.
Sé bien que no soy nada, pero me fui acercando
al centro de tu ser, al centro de mi vida,
a la llama que atrae mis pasos, vacilando
y orienté mis anhelos por la senda elegida.
Como faro en la niebla tu mirada risueña,
hacia el puerto seguro de tu tibio regazo
guiaba entre las olas mi frágil barquichuela
ansiosa de atracarse al calor de tu abrazo.
Todo es oscuridad, no hay más luz que tu cuerpo,
más agua que tu boca, mas vida que tus manos,
mas calor que tu vientre, mas aire que tu aliento,
mas ansia que fundirme con tu amor soberano.
No hay más luz que tu cuerpo, tu cuerpo que ilumina
mis madrugadas frías, mis veladas serenas,
mi fe, mis oraciones, mis sueños y mis iras,
mis angustias, mis dudas, mis miedos y mis penas.
No tengo otro camino que el que a ti me conduce,
que el que a ti me dirige porque quiero y te quiero,
un camino difícil que hasta tu centro sube,
pues no tengo otra guía, no hay más luz que tu cuerpo.