Supe de un niño,
hermoso chicuelo,
de espíritu henchido
por el ser supremo.
Es conversador
y muy consejero
porque tiene el “Don”
que del cielo le dieron.
Su mirada sin luceros,
brilla sin embargo,
porque tiene algo
que lo hace sereno.
Es luz en tinieblas,
es llovizna en tierra seca
por esa grandeza
que a todos entrega.
Es flor mañanera,
es bálsamo para heridas
de pureza no corrompida
que ante todos se eleva.
Es mariposa que vuela,
es canto de riachuelo,
es dulce primavera
con capullos que abrieron.
Su mágica presencia
de dulzura y terneza
emana una pureza
que alegra la existencia…
Según se cuenta
en su humilde vecindad,
en tiempos de navidad
a los vecinos y parientes
repartían juguetes
como acto de caridad,
y el niño ciego en su bondad
decía según su parecer:
“Den primero a los niños que ven
que eso les hará feliz,
y si queda me dan a mí
que yo igual lo recibiré”.
Ese niño con sobrada fe
es cristiano igual que su abuela
y felizmente se consuela
diciendo con mucho esmero
que si Dios no le da la visión
le tendrá guardado ese galardón
para cuando se vaya al cielo.
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Autor: Alejandro J. Díaz Valero
Maracaibo, Venezuela