La ubícua emigrante filipina,
trabaja seis días a la semana,
ciento veinte euros mensuales gana,
por un trabajo de negros que ya es rutina.
El domingo lo festejan en una apartada plaza,
lejos de las casas lujosas donde sirven,
muy lejos también de su tierra donde malvíven,
y sueñan con emigrar como única baza.
Ese único día de recreo
están unidas pero solas
entre cartones que son provisional morada.
No las ve nunca de paseo
ni siquiera contemplando las olas
que las trajeron hasta aquí para vivir esclavizádas.