Como espejismo su hermosura
viene a mí, al recordarla en esa avenida,
cuyo suelo esparcía polvo sobre sus manos.
Pero había tanta belleza en ella,
que solo poetas comprenderían mi devoción,
que solo el pintor la imaginaria en su pintura.
Alzaba la mirada y abría mis ojos
cada vez que posaba su caricia en mis mañanas;
reía como el despertar del alba dejando un rastro luminoso,
desmayaba el tinte de su tez trigueña.
¡Oh!, creación ha sido en el menor de los trinares,
cuando se pensó en regalarme los días de poesía.
Era ella mi musa, la que cruzaba el Ibáñez coloreada.