Juro que la extraño,
juro que en las noches divulgo su nombre en medio de las sábanas,
que no hay día que no piense en ella,
aparecen sus inmensas pestañas en medio del sueño,
la siento cerca y abrazo la almohada,
ya no me ahogo en llanto, porque ya he llorado demasiado,
estoy desértica, con las palmas agrietadas en busca de agua.
Me he cansado de gritar a la nada, de maldecir en silencio,
de tragarme las lágrimas cuando oscurece y el ruido parece ausentarse.
Pero a veces el silencio se diluye en mis venas,
me traspasa el corazón y llega al centro, me absorbe.
Juro que la he visto en ojos extraños,
que los árboles en sus ramas conversan a cerca de ella,
rumorean que camina por las noches,
que su alma se ríe tan bella como la sonrisa misma de su rostro.
He vivenciado su risa, ella se viste de azul cuando sonríe.
Entonces sí, los rumores son ciertos.
Parece que los días caminan igual,
pero a mi me empujan, me sobrepasan y me recuesto en la cama,
para intentar dormir,
para evitar pensar.
Sigo caminando con el entusiasmo de no mirar atrás,
de llevar el cabello suelto y las rodillas firmes,
pero a veces éstas me flaquean y el cabello resulta metido detrás de mi oreja,
entonces intento no caer al suelo, deshacerme en él, volverme polvo.
Así estoy, así vivo. Conmigo, en mí.