Dirás que no hay derecho a que la gente se te meta en el baño
y además utilice de columpio tu higuera,
dirás que ya estás harto de que opinen de ti,
de que te juzguen
y siempre seas culpable de todos los cadáveres que dejan
las sombras en el patio.
Pero qué vas a hacer, ya te advirtieron
de que el aire era sólo un ejercicio de inventos extinguidos,
te dijeron también que respirar
no era una obligación sino un proceso
susceptible de ser sustituido por dietas deportivas.
Y así vienen las cosas,
te levantas un día y te das cuenta de que estás en un cuerpo
al que ya no recuerdas,
dices rosas,
mañanas,
bicicletas
y ni el viento aparece abanderando fragancias orientales
ni celebran tus piernas las edades del mundo.
Debes acostumbrarte a desterrar de tus labios la palabra inocencia,
todos somos culpable de que existan los solares baldíos
y a las diez de la noche nos ponemos
gafas de prostituta,
lo que ocurre
es que el sol no ilumina con la misma vehemencia cada acera
y hay cielos amarillos y remansos umbrosos,
algo así
como un baile de máscaras entre un chico mormón y una muchacha
de estilo stradivarius.
No sé si me comprendes,
pero tuya es la culpa si no alcanzas a ver que tus higueras,
tus baños y tu casa
no son sino los restos afines de una infancia inconclusa.