Hay un fantasma en tus ojos
y en el olvido de tus labios rojos;
un viento en tu rostro
y una mirada que quema
y quema a diario.
En tu palabra la luna llena
se hunde despacio,
y del calvario
el espacio se incendia.
Pareces reminiscencia
y la ciencia no te explica.
¿Pero qué es la ciencia
si no hay respuesta
al misterio de tu presencia,
cuando se cierra la puerta,
y te siento,
aunque afuera, dentro,
tierna y suave,
curiosa y fresca:
Al vuelo como un ave
y en tierra como presa?
Tu carne es más carne que el diablo
y mas roja, y distante, que Marte.
Vigorosamente ardes,
como el carro de Hades,
o el sol de mayo,
o el placer de Baco.
Y yo no dejo de preguntarme:
¿Dejarte incendiarme
o apaciguarlo?
Tan solo duermo
por temor al estar despierto,
pues en mis sueños
lo peor se reduce al verso,
y en ellos
todo se aligera en variables
que parecen iguales;
y el universo entero
se encuentra inmerso
en su y en mi interior.
¿Amarte o dejar de amar?
¿Morir o dejarme matar?
Yo tan solo te ruego,
—o lo intento—,
Nunca dejes de soplar
o se quiebra el viento
e inundas de mar
nuestro desierto.
Pues sin ti no soy;
porque no puedo
despertar sin sol,
ni tampoco dormir cuerdo
cuando florecen
esos fantasmas color carmi
que llamas labios,
y que se mecen,
rojos y casi extraños
de pasion hacia mi.