Vivimos en un mar inmenso
que rompe en grises amaneceres
y termina tornasolando el horizonte,
nuestras horas están sumidas
en cambios bruscos de marea,
por eso ayer te dije
que tu mente debe fijar el timón
en el arco iris,
en el viento que eleva la cometa,
en el minuto que iluminó tu cara,
mañana de nuevo amanecerá gris
y tendremos la misma ventana abierta
cuando encendamos el ordenador.
A mí
me ayudaron las ninfas del bosque
- las driades –
y cada vez que el mar se encrespa
apareces tú,
oigo tu respirar, respiro tu mirada
saboreo tu voz,
envío el minuto a su rincón,
a veces me convierto
en capitán de navío pisoteando biodramina
y me dejo envolver en el roce
de tu carne contra mi carne.
No hay adoquín en el mundo
que pueda rasgar el cristal
que rodea
mi urna secreta.