Voy a coger de nuevo mi corazón
y voy a ponerlo entre los montes
aunque ya ni el viento lo quiera.
Sobre mi perfil nace muerta la pena
y entre dos ojos se vierten como rotas,
tristes palabras que me sangran,
que me devanan el rostro,
que ya ni rostro es
porque me lo cubre el llanto.
Yo sé que ver y oír a un triste enfada,
cuando todo son alegrías
y en mí habitan las sombras,
y mi pecho es un vacío oculto,
aunque no quiero que nadie lo vea.
Deja que en el mar me hunda,
deja que solo allí viva,
donde nadie me escuche,
donde nada me duela,
allí, donde los ríos se quiebran.
Sobre el barro me senté
y observé lo que nadie aprecia,
tropecé con mi propio cuerpo
y tampoco pude esquivar aquellos otros
que en mi campo se tendieron
a abatirme con sus armas.
Vi aquel triste ave por el cielo
y recordé que alguna vez
en sus alas se extendía mi reflejo,
entre infinita brisa
que simpre te acompaña,
hacia una libertad que ya conseguiste.
Y es que me voy, me voy,
con el adiós que nunca digo
y con el olvido que nunca llevo,
pero me quedo.
Fue más bonito el amor de un silencio
que el rumor de un no punzante
como un cuchillo que a mi alrededor
se tienta.
Plata como el filo, tus ojos en mi pecho,
donde se clavan, de lejos ya queman,
y duelen como me duele verte.
Tengo el costado abierto de tanto dolor,
que ya visto por cicatriz
el beso viajero entre tu boca y la mía,
aquel que varias tardes se paseó
sin decir nada,
aquel que nunca me diste.
En mis labios se sellarán mudos
estos escritos,
y aunque se que no lo leerás,
prefiero el dolor de sentirte
a no sentir más nada.
Voy a coger de nuevo mi corazón
y voy a ponerlo entre los montes,
aunque aún así,
no podré dejar de amarte.