He caminado sobre la acera con las suelas desgastadas, llevando el cabello húmedo ya sea por los días fríos o porque de tanto pensar lluevo, ante la realidad, estiro el cuello, hecho la cabeza hacia atrás y miro el cielo, me sumerjo en él, encuentro aún después de muchas cicatrices formas a las nubes, a veces me pesan los pasos, sin embargo, a veces también, con esa realidad que se torna tan ridícula, amo, amo inmensamente, amo los árboles imaginando cuan profundas son sus raíces, amo las hojas que caen y desprenden sueños, los zapatos, las heridas que abiertas son memorias recorridas una y diez veces al día, a veces las lloro, a veces el universo es un aliciente y me presta su hombro para desahogarme en él.
A través de la ventana el mundo se ve ajeno, las vías no suenan, la gente calla, ¿cuando ha escuchado usted que la gente se calle? Todo es mentira, aún la gente no soporta la mentira y vive de ella. Pero vale la pena después de todo, amanecer, mirar por la ventana y darse cuenta que también allí, se puede aventurar un día y ver llover o amanecer lloviendo, despertar de repente con la sonrisa inyectada en el rostro, el amor encendido, todas las ganas vueltas libertad.
Hay días que se comparte este pesimismo barato, se vuelve niebla y recorre los tobillos, va escalando hasta las rodillas y se detiene, no puede subir más porque la música genera en el alma una vibración tan precisa de sinceridad al mundo que todos terminamos mirando el reloj sin tener que mirarlo, sea o no por costumbre, siempre, después de despertar, se mira el reloj.
Está la esperanza reservada sólo en los libros o en esa gente que uno conoce y tiene magia, esa risa que contagia, esa palabra que genera cambio, un despertar a los sentidos, desencadenan entonces una cantidad inimaginable de acciones, de situaciones que sin querer, uno ya no puede controlar, porque es el amor quien lo vuelve a uno otro y uno trasciende a través de él, por eso la sensación de volar o viajar, ya sea dentro de una persona o un libro. Uno siempre vuela.
Entonces es aquí, donde uno espera que al tocar el timbre, abran la puerta y lo reciban a uno con un abrazo, el enlazamiento de todo cuerpo con toda alma.