Domingo en la tarde…
La noche aparece trayendo su amable oscuridad.
¡Hace frío allá afuera!
Es invierno.
Las gotas de lluvia golpean con fuerza el cristal.
El fuerte viento se siente queriendo llevárselo todo.
Yo estoy acostado de lado, con las rodillas al pecho,
y las manos unidas pegadas al rostro, como clamando al cielo,
postrado, en estado de absoluta indefensión.
De pronto me veo como en el vientre materno
con una sensación maravillosa de tranquilidad y paz.
Las cobijas son la placenta y siento su calor.
Que bueno que estoy aquí.
Mamá me alimenta, me cuida.
No tengo que hacer nada.
Es el estado perfecto de comodidad y protección.
La lluvia sigue cayendo…
Y desde lo profundo de mi alma sale el grito desesperado:
¡Dios! ¡Que el tiempo se detenga!
Quiero que este momento y esta sensación no pasen.
Haz de este instante, eternidad.
Duermo…
Y al sueño le acompaña el deseo de nunca amanecer.
Pero inexorablemente llega la luz del nuevo día
y con él: ¡el terrible despertar!
Hace frío allá afuera…
¡Madre! Yo no quiero nacer.