Qué feliz la gente del campo
Con su inocencia natural
Con sus ángeles de tierra y lluvia
Qué maravilla estar en la cima
Entre la neblina y el frío
Con el recuerdo de Nietzsche.
Qué tierno el corazón
De la gente sencilla del campo
De la sonrisa de la niña morena
Que abraza a su joven novio.
Cada tarde tiene su misterio:
El murmullo de los árboles cercanos.
Qué virtud de mirar desde arriba
Los lejanos volcanes y los montes
El Antisana a mis espaldas
Con su corona de plata y hielo
Y no necesito imaginar vacas
Rumiando la paz de la hierba húmeda
Ni a caballos reposando en los establos
Esperando amaneceres de luz y vaho
Ni a iracundos dioses que lanzan rayos
Ni a truenos retumbando en miles de ecos
Tras arcoíris escondidos en la niebla.