Mi única salida a esta sociedad cautiva
es en la libertad que me regalan
los labios de aquellas damas,
mujeres perdidas, come hombres.
Ellas llegan a mí a mostrar la puerta
que llevan siempre entre sus muslos,
ahí en ellas encuentro un cielo
con nubes de libertad.
Aprovechan ellas a jugar
con el polvo de mis sentimientos,
a comer el alma que llevo quebrada
y robarme los trozos de amor.
El albedrío siempre me llama,
ellas esperan al encuentro astral
donde los silencios de sus gemidos
son la paz que tanto falta en mi soledad.
Montañas mágicas en sus piernas,
el viento me sopla cuando las escalo,
el oxígeno que entra en los pulmones
purifica el alma antes de que sea robada.
No recuerdo el nombre de ninguna,
simplemente encuentro la cultura
de llegar a su cintura y hacer un festival,
un carnaval en honor a la propia voluntad.
Sigo varado en esta difuminada sociedad
con máscaras de sentimientos que me rodean,
me confundo cada vez más
y olvido las formas de la libertad.
Estoy llorando por un instante de propia voluntad
en la verdad que guarda la realidad de una mujer
que con sus sueños internos
me cura las conformidades y los cansancios
que guardo a causa del desconsuelo
de vivir en la distopía de lo material.
Muriendo llevo varios fragmentos del tiempo
esperando la mano santa que traslade
mi fiel alma al mundo donde las damas me consumen
y como recompensa consigo pan de libertad.