¿Qué importancia hay en saber que ilustres hombres
han tocado con su ingenio
los misterios eternos de la vida
y han descubierto el caprichoso aparato
que regula nuestro ánimo,
si en esta actualidad que registra mi conciencia
no me sirven de nada sus pensares ?
A qué persona normal se le puede ocurrir
la transcendencia de este mundo
si para conseguir la subsistencia
hay que saber manejar los brazos
que empujen la lenta realidad abrumadora
antes que el tren inútil de los días,
sin rumbo, dirección ni meta fija,
nos deje tendidos en sus fríos rieles
divididos como lombriz en dos pedazos.
Qué nos interesa saber psicología,
ciencias ocultas de culturas viejas,
conocer historia, retórica o filosofía,
saber de dioses y héroes de otras épocas,
de conceptos profundos, sapientísimos,
sobre el ser, el amor o la justicia
si en nuestra realidad de carne y hueso
nos gobiernan intereses muy ajenos
que nosotros no inventamos ni a beneficio propio tiran.
Quién se interesa en estas cosas
si el instinto de conservación que nos domina,
y que el fango protector que constante nos acosa
a cada lugar y a toda hora patrocina
para anular las inquietudes sumas
que de otra forma, ! quien sabe ¡
nos permitiría subir hacia altas brumas.