Tranquila pasa la tarde.
La veo majestuosa mientras se despide.
Lanza un tierno beso al astro rey en la lejanía, quien quiere ser su guía y escaparse con ella.
A su paso los pájaros callan, mientras en sus nidos quietud hayan. Comienzan su merecido descanso.
Las estrellas cerca del remanso, inician con fuerza a titilar, hermoso brillo han de dejar, que serán de caminantes y navegantes cobijo.
La luna deja su escondrijo y tímidamente se asoma, se le ve allá lejos, detrás de aquella loma, plena con su luz plata.
Los grillos comienzan a dar la lata. El ave nocturna se despierta, deja ya su reparadora siesta y comienza su lúgubre canto.
Las luciérnagas con luminoso manto, van poco a poco iluminando y, como pueden, alegrando, esta tarde preciosa. Que anuncia noche dichosa. Estrellada y luminosa. Un tanto fría, mas no deja de ser amorosa y cobijarnos con su manto.
El ocaso tiene su encanto, eleva mi alma el contemplarlo, mejor escribirlo que hablarlo, convertirlo en dulce prosa.
La musa, siempre luminosa, me regala palabras al vuelo, que escribo con esmero, con mi pluma de escritor aventurero.
Ahora seguiré el rastro del lucero, que lento ilumina el sendero. Me perderé entre su sombra, vagaré cual alondra que busca su cálido nido en la estrada oculta que lleva al olvido.