Solías invocar a la noche su silencio,
su fantástico hechizo gentil.
Tenías sed bendita del cielo,
te deslizabas en lágrimas sinceras.
No eran breves tus alientos,
los suspiros a la boca del suplicio;
dejabas caer el riego sensato del trueno
sobre tus cabellos de lana.
Pero ya desde tus manos
te asemejas a la atmósfera de Plutón,
al hielo del espacio fúlgido, a sustancia de escarchilla.
¿Cómo podrás volver a encender la conciencia?
¿Habrá quien te salve de congelarte?
¡Vuelve Alma mía!
regresa con quien te sustenta.