Se recordaba, de pequeña, asomada a la ventana, estirando todo su cuerpo y elevando los brazos para intentarla alcanzar…aquella estrella que tanto brillaba todas las noches en un cielo negro como iluminándolo todo. Muchas veces intento alcanzarla pero nunca pudo hacerlo. Tan cerca y tan lejos, brillando ahí para ella y sin poder tocarla…Tenía que hacerlo alejada de la mirada de sus mayores…no era la primera vez que la reprendían por inclinarse tanto en la ventana...-¡para de hacer tonterías!- le decían…pero no le importaba y noche tras noche lo intentaba. Jamás dijo nada a nadie. Sabía que no la entenderían y la tomarían por tonta, así que alcanzar la estrella pasaba a formar parte de su intimidad…pese a los pocos años que tenia, no sabía muy bien lo que era eso, pero intuía que era algo que debía guardar para sí, como algo muy interior de ella y que no compartiría con nadie.
Con el paso de los años, la realidad se fue imponiendo, y se conformaba con abrir las cortinas de su habitación y desde su cama observaba a su estrella en la negrura de la noche. Siempre se sintió acompañada por ella, y cuando la noche no era muy fría, abría la ventana, se tapaba bien con las mantas de su cama, y solo dejaba al descubierto sus ojos para así poder observarla. La frialdad de la noche la hacía sentirse más cercana a ella.
“Los niños son como estrellas. Nunca hay demasiados”, decía la Santa de Calcuta…y tenía razón….nunca hay demasiados….las estrellas tan alejadas observándolo todo desde ahí arriba, quizá debido a su lejanía, aún conservaban la inocencia…como los niños…además ¡a que niño no le gustaban las estrellas!…había una intima ligazón entre ellos…
Ahora le hacía gracia cuando recordaba todos sus recuerdos de niña, pero lo cierto, es que, tumbada confortablemente en su cama, la seguía observado, y ello le traía paz…e inocencia…esa inocencia que se negaba a perder, porque aunque “todos estamos en la cloaca, algunos miramos para las estrellas”(Oscar Wilde)….