Siguiendo un sólo camino
las entrañas se vuelven piel
y la piel, a su vez, mirada
de un místico ser
que se encuentra fuera de sí
por vivir enamorado.
Y en su alegría
de no ser sí mismo
soporta el dulce dolor
de saberse enajenado,
vacío de todo egoísmo,
lleno del amor ajeno.
Hasta terminar fundido
en íntima comunión,
prolongando así al infinito
en una mutua existencia
la vieja capacidad
de amar y ser amado.