1-
En la abadía de los bosques
emergen benditos manantiales,
agua que riega mis arboles
de raíces divergentes,
Veo mi planta de nogales
creciendo junto a dulces parrales.
frutos de ocales maduros
que en mi boca vierten el zumo
del producto disuelto en mis regiones.
Amor, abracémonos tiernamente y sin quejas
como el ñandubay que no se dobla ni agrieta
y la armonía del llar estalla cascabeles,
como un dulce tambor trona por las venas.
Cascabel. de diez cabezas son las raíces de la higuera
que exprime ocales en la copa de constelación sureña.
Que nos oprima el verano con sus cascabeles corceles
que nos embanderen los terrones de la tierra
y en mitad del éxtasis que nos cautiva
arden los corazones en la pira del deseo.
Conversión que separa los lindes del tiempo invernal y tierno.
Rojas cintillas de bosques cerezos
iluminan esta mensura sin tiempo.
Fusión de dos cuerpos, retratos de leyendas
Alguien llera una línea de estas letras
y hace un templo con círculos de columnas de seda
donde las sombras se aparean en una sola silueta
bebiéndose los licores que los labios destilan en un beso plegado.
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2-
Esta preciosa mujer de mano cándida
que recorre mi cuerpo,
tiene la luz de mil soles en los ojos
y el curruco sutil de la paloma.
A contraluz reflejan cara y pelo,
la vendimia fructífera en los dedos
y en las hebras acicaladas
refulge el trigo sustancioso.
Tiene labios de cielos azules
que besan mis frutos maduros,
con signos indescifrables eriza mis zonas
y a la piel con plata del aire roza.
En Lenta lluvia de diez gotas de agua
moja el alfeizar que cubre el esqueleto.
Es urdimbre de campanas y salmos
y su boca alba nada sabe de la nieve,
ni del calado vuelo repentino del zopilote.
Tal vez esta mujer es la que al lecho
uno a uno desgrana mis elotes,
porque su aliento a begonias reconozco
cuando el suspiro musita sobre los hombros
y la brisa repite su nombre cierto.
Alcanza mi tacto dígito
porque aún sin manos advertiría
los sinuosos meandros en la cintura
y el elixir de su savia recorriendo mis horizontes.
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