Qué podría decirte
en este atardecer paloma mía:
tus dos alas pedirte,
y tu melancolía.
Cuanto a la tarde tu verdad reía.
Mi amada viene austera,
entre todos sus vinos y sus nardos,
y qué más yo quisiera
que contemplar sus cardos.
Como un montón de grandes leopardos.
He aquí que eres hermosa
amor mío, parece que en tus pechos
fluyera leche unciosa...
y miel desde tus lechos
ahogando mis cánticos estrechos.
Tú, hija de los pastores;
ven a mis aposentos derramados,
sestea tus amores
entre todos mis lados.
Y ungeme en óleos santificados.
De tus dedos la mirra
va temblorosa, como una montaña
vieja, que se hace pirra.
Tus labios son cual caña
fresca en mis labios, cúmulos de España.
¡Me ama!... y son sus amores
vientos del aquilón. Yo estaba enfermo
de amor y de temores.
Mas en mi amada duermo
sosegado; mi campo no es más yermo.
Oigo pronto su voz
que dice: «¡Ya los trigos son robustos,
ya el cervato es veloz!»
Comeré trigos justos,
sobre el Monte encantado de tus bustos.
Déjame tu perfil,
estamos solos entre estos llanos
cargados de marfil
y de verdes manzanos...
Mi amada es como lirios muy peruanos.
Levanta hija del Inca
tu testa. ¡Huyamos rápido de aquí!
Y dejemos la finca
al ser que mora en ti...
Llevarás tus quereres carmesí.
Derechos reservados de autor
David John Morales Arriola