Estaba el poeta en su cueva
Puliendo sus últimos versos
Y en eso ante él se presenta
La Diosa de todos sus sueños.
Tenia las formas perfectas
Los brazos piernas y senos,
Ondulante y roja cabellera
Y carnosos labios de ensueño.
Se acercó insinuante al poeta
Y dijo: «No temas, dame un beso.
¿Acaso no soy yo la dueña
De tus mas bajos deseos?»
Estaba el poeta perplejo,
La garganta y los labios secos.
Temblaba de pies y manos
Bañado en sudor su cuerpo.
Tomó valor y de un salto
se apoderó de aquel monumento.
Tomó en sus manos su pelo
Y con ansias le dio un gran beso.
Mas grande fue el desconcierto
De nuestro poeta travieso:
Sintió los cuernos bajo el pelo
Y colmillos en los labios tiernos.
Mas con ansias se entregó al deseo
Y a las insensatas pasiones del cuerpo.
Disfrutó del lujurioso encuentro
Con la sensual princesa del infierno.
Pasado el momento placentero
Estaba el poeta en desconsuelo.
«¡He entregado mi alma al infierno!
¡Mi Dios! ¿Por qué sucedió esto?»
Mas la hermosa diosa le dijo:
«Tranquilo poeta, deja los lamentos
Que no es este nuestro primer encuentro.
Tuya he sido por ya muchos milenios
Y eres mio desde siempre,
desde el inicio de los tiempos...
Solamente que lo olvidas cuando
Tu alma inmortal cambia de cuerpo»
Asombrado escuchaba el poeta
Peor aun, cuando en un espejo,
No pudo notar su reflejo...
«Ahora entiendo —se decía—
El por qué de mis colmillos
Y, de beber sangre, mi deseo»
Voló sin destino la diosa
Liberó el poeta sus versos.
Se dedicó en cuerpo y alma
A conseguir nuevos cuerpos
Para satisfacer sus deseos
De sangre, pasión y sexo.
Vagó por cielos y mares
Recorrió el mundo por completo.
Consiguió muchas amantes
Y también muchos adeptos.
Mas siempre retorna a su cueva
Esperando de nuevo el encuentro
Con aquella endiabladamente bella
Dueña de sus mas bajos deseos.