Ese contacto mágico de tu verde:
es el goce de mis ojos,
un cosquilleo poético.
Y puedo vivir contento
como niño que juega
sin soltar la inocencia;
como en trinares
se encienden los pájaros.
No hay como tú, mi verde sureño,
y tus heladas en el rostro.
Te llevo en el cuerpo,
en la sangre,
y duermes conmigo.