Disculpa si tantas veces la impaciencia devora, con imponente desatino, toda la calma del no verte; como jamás lo pude hacer, entiendo contigo que la espera desespera, en las manos, que no encuentran donde reposar, en la voz que no fluye, en los ojos que buscan lo que no pueden ver; pero sobre todo en el pecho, donde el corazón se achica y al mismo tiempo, fortifica y disminuye el tiempo entre latidos.
Carcome la espera, no aquella necesaria, donde el rumbo es conocido, donde los pasos mios encuentran el saber de tus respuestas, esas son soportables. Las difíciles, son las que no saben nada, las que lanzan su señal al viento, y no encuentran donde rebotar, donde tocar al menos tu olor, o abrazar una sombra que se quede rezagada.
Acá ardo, y al mismo tiempo siento una especie de frío en la mirada. Me repito tu nombre, que abre las puertas de un lugar maravilloso por ambos conocido, me repito besos, que también sabemos, caminos, paisajes, palabras tuyas y pensamientos mios; todo lo escudriñó minuciosamente, recogiendo toda brizna de tu presencia, para construirme segundos de paciencia, minutos de felicidad, esa que entre los dos, vamos hilando con paciencia de araña y tenacidad de hormiga.
En fin amada, acá ando como día que termina, cabizbajo, serio, apagándome; esperando que aparezcas como el sol que eres, para que el gallo canté en mí el amanecer, y los colores tibios de tu aurora, le devuelvan su brillo a los paisajes nuestros. Si puedes, por favor, no tardes.