Tiendo mi mano sobre el frío
de la distancia,
sobre la ausencia del rumor
y la agonía del silencio,
sobre el pasar de las horas
muertas
y un monótono tic-tac de lluvia
tras los cristales,
pero no toco nada, nada.
Quiero besar el aire
y acostarme en la libertad
de su regazo,
que todos sepan que alguna vez
estuve aquí
aunque ahora me vaya,
que griten mi nombre
por primera vez
aunque ya no regrese.
Quiero que sepan
que ya solo me acompañan
mis pasos
aunque sus lágrimas no dejen
huella.
Pero que sepan que me he ido.
¿Quién quiere vivir de recuerdos
si solo forman parte de aciagos
melodramas jamás narrados?
Quisiera poder mencionar
un breve resumen del argumento
pero me he acordado
de que aquí no podría representarse
ni con palabras ni con actos,
me callaré para que me escuches.
Jugar con la retórica
no es jugar por significado,
ni siquiera mi boca alcanza
a esbozar una tenue sonrisa
cuando hablo de juegos,
a veces del entretenimiento
se llega al hastío, incluso al llanto.
Si digo retórica, digo que escribe
mi alma.
No quieras entenderme
porque ya ni yo misma lo hago
pero, entiéndeme,
dejo que entre versos fluya
mi corazón,
esta oscura tormenta
a la que me veo atada.
Y ahora digo, el corazón,
¿para qué lo quiero?
¿Para qué si no atiende a razones?
¿Para qué si le digo adiós
y regresa a mí con mirada fullera?
Ahora digo, corazón, nunca lo quise.
Aunque también dudo de si debí
arrancarme el corazón o la mano,
si escribo con él
pero con ella lo reflejo
y reflejo aquello de lo que no
quiero acordarme.
Es de noche y los astros
me dibujan un triste nombre,
los pájaros lo enuncian
con el acorde de las notas
que resbalan por mis ojos
y la luna quisiera sonreírme
pero esta vez está pintada
con mi pena,
quizá porque las farolas están
de luto
o porque no sabe que tras ella
el sol la está cuidando.
Veo mi cuerpo sobre su pecho
de blancas rosas deshojadas.
Pero ahora solo quiero decir
una última palabra, escucha...