La lluvia de dolor se había calmado, cuando las grises nubes de mi nostalgia se habían esfumado tan sólo con tu presencia.
El azul cobalto de un cielo melancólico me hacía sentir cobarde por no haberte cantado, con el canto de los pajaritos, la canción que arde en los rincones de la tambora que me mantenga con vida.
La naturaleza obraba en mi contra Y los árboles me susurraban mil culpa; El céfiro en mi pecho esculpía desdén tan sólo por no haberte vertido, ni brindado la copa que de mis más íntimos sentimientos rebosaba.
Ahora estoy aquí, como un puerco que se arrepiente de haberse engordado demasiado en mes de diciembre; Escoltado por el silencio y la soledad esperando que la brisa del amor sopla de nuevo tu presencia; esperando que se repita la maniobra de la vida.
¡Qué pendejada!