Somos débiles,
nos cansamos,
sudamos;
nos vamos tardos a dormir
con el mareo de un grácil aliento extenuado
y lloramos piedrecillas de plomo
entre el ansia y las madrugadas del alcohol.
Somos los perfectos en nada,
profesionales de la imperfección;
buscadores indolentes de belleza,
escandalosos guerreros de lo inútil;
perfumados trashumantes de la noche
procreadores mortales de las ascuas
autómatas de las diásporas del terror.
Buscamos sin saber
y, a veces, sin querer hallar.
Buscamos el cielo en senos meretrices;
el paraíso, donde no lo perdimos
(miramos hacia otro lado);
la vida, donde solo existen trampas;
el rigor, con los brazos extenuados.
Nos embriagamos con piedrecillas venenosas.
Alimentamos alucinógenas miradas
desencajadas temprano de sus cuencas.
Y rodamos en el fango alucinante
de los cuatro jinetes balbucientes…
Somos los perfectos imperfectos;
los que caímos una vez sin levantarnos,
los que hallamos el consuelo en las ausencias,
los que aún tenemos una puerta para amarnos
los que ni siquiera un madero levantamos
los que simplemente no somos dioses.
Pero somos…
los que aún tenemos una puerta
y está abierta.