Todos los días, a ésta hora,
estoy aquí, donde te espero,
delante de los minutos,
detrás de la noche que escapa,
junto al espejo
entibiado por tu ojos;
mi corazón tras la puerta,
escuchando tus pasos
acercarse a la esquina.
Cae a mis manos la luz
que cruza la ventana,
partida en colores
con ese olor de tu pelo,
a fresco,
a vida que se abre.
Desde el oscuro asfalto saltas,
como una flor
recién parida,
húmedos tus labios
ensayando el rojo,
dibujando besos.
El día, igual, se hace distinto
entre los pechos apretados,
sincronía quemante
en la geométrica figura
de dos cuerpos,
indescifrables,
haciéndole guiños
a la eternidad.
Todos los días, siempre,
espero la transformación
del tiempo,
la transfiguración
nada casual de tu cuerpo
en agua dulce,
donde resuelvo la sed
desde tu boca.