Triste y solitario caminaba
bajo la sombra pálida de
un árbol deshojado.
En el rostro y mirada de los
hombres buscaba el descanso,
la calma y la palabra justa.
Todo era silencio,
confusión e incertidumbre.
Más tú diste a mi alma fuerza,
solaz y aliento.
Pusiste mis pies sobre
roca segura, inconmovible, firme.
¿Qué pueden hacerme las muchas
aguas y las armas forjadas?
Tú trazaste cerco de fuego a
mí alrededor.
Cuando creyeron que caería,
me hiciste fuerte como el trueno
y tan ágil como el relámpago.
El estruendo de tu voz espantó
las tinieblas, disipó la angustia,
humilló los enemigos y sacó
la luz y la justicia.
¿Quién no exaltará y
reconocerá tu
maravilloso nombre?