Infringo en la soberanía
de la indeleble
e irrefutable angustia
de los días grises,
envueltos
en lo eminente e imposible
de un amor perfecto;
amor que sus alas tiende
predicando al alma armonía,
libertad, atadura, desvelo
y al final de todo el desconsuelo
de sentir a ese ser divino y amado
tan solo en el recuerdo,
en la distancia, tras barrotes
que demarcan lo prohibido,
lo que es y lo que se sueña,
lo que hiere y bendice,
alegría y tristeza,
la realidad burguesa y la obstinada felicidad.