Era dulce, frágil, hermosa.
Bonita en su caminar
y serena en el movimiento
de su pelo.
Caminaba sin existir,
cohabitando con esa rutina
que todos llevamos de adorno.
¡La entendí!
Cuando pasas la vida
perdonando,
el corazón se detiene,
y la redención de un recuerdo
confiesa:
que es hora de echar a volar...
No perdí detalle de su belleza,
de aquella huidiza mirada
que indicaba:
que el resto del mundo
pesaba demasiado.
No sabía dónde se dirigía.
De repente
pude apreciar en su pelo
-perfumado de historias-
ese incesante letargo
de aquéllas viejas primaveras,
y entonces supe
que había encontrado
su lugar.
Era un sábado
de prisas perdidas
y cruces de miradas
que probablemente terminarían
en largas historias,
hoy sé que la de ella
no se alejó demasiado...
Yo pondré mi voz como testigo
porque la vi vencida,
llorando lágrimas de sal.
Entendí su tristeza
y caminé junto a ella
en la distancia,
hasta verla marchar...
Marisa Rivero🌬