Tengo el puro amor de la montaña,
y en este sol que me acompaña
me voy comiendo una dulce caña.
A mis sentidos eufóricos estimula,
más que la ciudad que me estrangula,
el ambiente apacible que aquí se encapsula.
Mucho más que las selvas infernales,
plácenme las sendas tropicales
del verdor de los platanales.
La amarillenta guayaba en mi sendero,
Con mucha solicitud y esmero
la cojo rápidamente y no espero.
Más que el grito de la bocina
en una congestión, a mi alma fascina
el cantar de la golondrina.
No hay nada más que me enamora
que oír la música sonora
de los coquíes cantando en la flora.
El agua de los manantiales prefiriera,
y siempre en la montaña estuviera
en los charcos de la Cordillera.
No cambiara hermosas mariposas
por los carros y las cosas
que en la ciudad son brumosas.
La montaña fecunda y pomposa
celebra su fortuna y se goza
y sin vergüenza alguna se rebosa.
El respirar de los vientos
son eurítmicos ráfagas de alientos
que no hay en la ciudad de cementos.
Y el fulgor de las luciérnagas rutilantes
que en las noches vuelan ambulantes
y en la montaña brillan como diamantes.