Cuando en el calido estío
los cardos se enardecen
en ángulo al sol
cierra sus ojos la dama
para que la timidez de un niño
se lance a contemplarla
cuando el fulgor la esta besando.
Los rayos de lumbre
inventan imágenes
mientras su luz
reverbera en lo que abraza
y su brillo danza en el aire
con sus espejismos ondulantes.
En el ardor de la tarde hay un niño embrujado.
Con el silencio cálido
impone sosiego la siesta
están de holganza
el jilguero y el hornero
y los caranchos
revolotean su danza de siempre.
Una brisa de sombras
cae sobre la resolana
y sonríen los labios de la dama
con el aura fresca.
Ansioso de estrellas
va empujando al sol
el atardecer enrojecido...
Se va apagando
el verdor del eucalipto
y ella se mueve sinuosa
con su cabellera revuelta
sobre las margaritas del campo.
Con la caída de la luz
hay en el ocaso
una dama encendida
y un muchacho soñando.
Y al retornar la luna a la llanura
hay dos miradas
que en el callado anochecer
se están buscando.
Una canción de suspiros
acalla a los grillos
y las luciérnagas titilan
al calor de la pasión
teniendo como cielo
al verde monte
y como piso
sabanas de flores que bailan.
Cuando la noche recibe a las estrellas
hay en la penumbra
un adolescente
con los ojos deslumbrados...
y girando en la luna
una dama suspirando...
con los parpados cerrados.
Una dama...un muchacho...
el sol...
y una luna de cristal.
En la noche sin brisa
giran como peces agitados y ansiosos
los halagos del amor.
Una dama...un muchacho...
y sonriendo a la alegría...
un millón de estrellas en flor.
El arroyo arrastra
chispas de cielo
y la luna llena abre los ojos
para contemplar el reposo
del amor extenuado.
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juan maria