Zarpan los héroes de Chile,
los nacidos para la batalla con el fuego;
hacia el campo mudo,
hacia un suelo bochornoso.
Oh, mar celestino, que arañas las costas,
agita pronto tu estómago
y humedece la tierra seca,
los pastos, los pinos, el desespero latente.
Huyó el perfume de la flora,
las palabras del aire son insultos;
a sangre fría los golpes de un infierno
son soportados por la lucha de los combatientes.
Lluvia nos dejas, lluvia permites la cuchilla
en el ombligo de nuestra patria.
¿Qué me dices tú, pastizal?
Nadie te salva.
Hoja seca, ¡pobre de ti!
eres borrada con el carbón.
¡Ah!, pirómanos infectos de maldad
que andan de caza sucia y en secreto:
¿qué se les ha perdido?
¿por qué descubren sus abanicos de áspid?
Cantan al demonio.
Se cegarán sus manos empolvadas de muerte,
el navío de la justicia llevará sus corazones,
y la noche dejará grietas en sus huesos;
tendrán heridas envinagradas.
Crece segura a tiempo esperanza,
revienta los vientos venenosos;
que broten sones de milagros,
que los caminos ya puedan descansar
y los pies de los héroes.
No tengo ganas del esfuerzo de la zozobra.
Una flor que duerma las llamas.