Madrugada eterna, en mí vive.
Luna vacía, ya nada refleja.
Lápiz mío, solo me describe.
Mi sol no me ilumina, de a poco se aleja.
La intranquilidad me apura
A escribir cada palabra.
Mi miel... Esa tan pura,
Me contaminó hasta el alma.
Sí, desde lo más profundo de aquel lago de lágrimas
Surgieron las dudas para golpearme.
Y aunque desenfundo mis armas,
No creo poder salvarme.
Amanecer, dime ¿ Dónde estarás...
Cuando las aves ya no estén cantando?
Anochecer, dime ¿ Vos sabrás...
Por qué a las estrellas sigo buscando?
El poema se acaba junto a un sahumerio rojo.
Oro, diamante, jade, plata, amatista
Y aún puede seguir esta interminable lista,
Al final, siempre querré el color de sus ojos.