A MI MADRE
Hoy te escucho en el viento,
susurrando mil bellas melodías,
con aquel dulce acento
que iluminó mis días
y vistió mis angustias de alegría.
Como cuando era un niño
y sólo tu canción me adormecía.
Preñada de cariño,
con ella me mecías
y con ella, a los cielos me subías.
Si contemplo una estrella,
percibo tu mirada en aquel brillo,
y el amor que destella
me devuelve al chiquillo,
a los ojos que decían “mi negrillo”.
Mirada de dulzura,
mirada de la madre enamorada
que ama con usura,
que cuida su camada
por encima del todo y de la nada.
Si me quedo callado,
vuelvo a escuchar tu voz y me sereno.
Con su decir pausado,
mi cabeza en tu seno,
escuchando un corazón de dicha pleno.
Con tu voz, la armonía
inunda nuevamente mis sentidos,
la paz y la alegría
acallan mis gemidos
y acompasan nuevamente mis latidos.
Si temo, te presiento
a mi lado, cubriéndome la espalda,
prestándome tu aliento,
como ángel de la guarda
que de todos los males me resguarda.
Como cuando, a mi lado,
me guiabas en mis primeros pasos
de aquel niño asustado,
ahora, en el ocaso,
me orientas hasta dar mi último paso.
Si sangro, te derramo,
eres tú, de mi sangre, cada gota,
hasta el último gramo,
y esa sangre que brota,
deja mi vida herida, semirrota,
que tu sangre es mi vida,
mi fuerza, mi sentir y mi armonía,
y se va, por mi herida,
la calma y la alegría
necesaria para afrontar mis días.
Yo te añoro y te ansío,
aunque sepa que vives mis vivencias,
pues me quedé vacío,
hundido en la impotencia
desde el primer momento de tu ausencia,
Ansío tu reencuentro
por sentir el calor de tus abrazos,
porque te siento dentro,
dormirme en tu regazo
y vivir para siempre en ese lazo.
Enero de 2017
Jose Cruz Sainz Alvarez