Hay un león dentro de nuestras cabezas,
tras la muda puerta del tiempo.
Es un león que huele la sangre de las hadas y devora sus alas,
y muerde nuestros pensamientos,
y asesina nuestros sueños.
Hay un león que busca carne fresca de pequeños dioses perdidos.
Un león con colmillos de arena blanca y pelaje de lágrimas ya evaporadas.
Sus agudos oídos oyen hasta el más mínimo silencio del miedo.
¡Es casi un monstruo!
¡Es tan horrendo que casi parece humano!
Por las noches habla con voz de trompeta
y sus garras se vuelven poderosas espinas con las que enfrenta a los rosales más bellos y los compara con tristes enredaderas.
Acaba con todo y se vuelve víbora,
luego se vuelve madre,
y luego se hace arcilla,
y construye iglesias de papel en las que confiesa sus perdidas,
y hace cruces con huesos de sus víctimas detrás de las puertas.
Es una fiera hambrienta de fantasías dulces y memorias bellas,
y nos enseña a no creer en todo,
y nos derrota mientras nos extiende la mano.
Ese león no tiene un nombre fijo...
Puedes llamarlo realidad.