Aquella noche la recuerdo como si fuera ayer.
Me sentía extraño. El cansancio y el calor me traían por la calle de la amargura. Intenso fue el verano aquel año.
Sin pensarlo dos veces, salí de casa y me dirigí al lago. Noche fonda, ni las estrellas veía.
Siendo niño me escapaba, escondido de mis genitores, y me iba a dar un chapuzón en aquellas profundas y frescas aguas.
Llegué a la orilla. Encendí una hoguera, pues mi intensión era pasar la noche en aquel lugar. Acto seguido, me despojé de todas mis vestiduras y desnudo me sumergí en aquellas aguas reconfortantes. La luna tímida comenzó a asomar al otro lado del horizonte. Plena como nunca. Iluminaba todo a su paso.
Nadé y nadé. Aquellas aguas frescas me daban alivio o conforto. Sentíame libre como ninguno.
A cierto punto decidí salir del agua. Me dirigí de nuevo a la orilla. Al llegar me desplomé boca a arriba para admirar el cielo, sobre todo al astro lunar.
De repente sentí algunos pasos que se acercaban hacia mí. Sentí temor y lo primero que hice, por mero instinto, fue cubrir mis vergüenzas.
– ¿Quién anda ahí? – pregunté tratando de mantener la calma.
Una figura se me acercaba. Gracias a la lumbre me pude dar cuenta que era una mujer.
Su andar sereno, un tanto misterioso. Pasos firmes como los de una pantera, sigilosos. Sus cabellos eran oscuros como el ébano más puro. Según se iba acercando pude detallar mejor su figura. Un par de ojos oscuros. Unos labios carnosos y bien perfilados. Su tez de porcelana. Llevaba un vestido largo, con una raja de lado que permitía ver sus piernas cuando se movía. Pies desnudos.
– No tema buen hombre – me dijo con una voz canora y sensual. Escucharla me dio serenidad y al mismo tiempo alimentó aún más mi curiosidad.
– Vi el fuego – prosiguió – y quise venir a ver de qué se trataba. Espero no molestar. Solo busco un poco de compañía en esta noche hermosa y clara.
– No molestas. Solo que me has asustado. Pensaba encontrarme solo – No sabía que más decir, mientras me seguía cubriendo.
– Puedo sentarme a tu lado – me preguntó –.
– Claro, no hay problema. Siéntate –.
– Mi nombre es Madeline –.
– El mío es Kavi, encantado –.
Estiré mi mano. Ella la aferró. La suya era cálida, suave. Sentí un escalofrío que recorrió toda mi espina dorsal.
– Hace mucho calor – comentó –.
– Pues si – No sabía qué coño decir –.
– ¿Te importa si me doy un chapuzón? El calor me agobia. Suelo soportar mejor el frío que estas altas temperaturas –.
Acto seguido, sin esperar respuesta, se levantó y se despojó de su vestido. No llevaba ninguna ropa interior. Nunca en mi vida había visto un cuerpo tan perfecto como el suyo. Me quedé embelesado mirándola. Piel blanca. Sus cabellos reposaban en su hombro. Unos senos ni grandes ni pequeños, ideales, redondos. Juro por Dios que no quería mirarla, por respeto, mas no podía resistir. Además ella no se incomodaba en lo absoluto. Sentí un calor intenso en mi bajo vientre, reacción ante tanta sensualidad.
Lenta entró en el agua. Mis ojos recorrieron su espalda hasta llegar a sus nalgas. Firmes, duras. Estaba muy excitado.
A cierto punto se volteó. Sus ojos encontraron los míos. Me petrifiqué en aquel instante. Me hizo ademán con su mano invitándome a entrar con ella. Yo parecía un autómata. Me levanté y fui a su encuentro. Me tomó de la mano y nos introducimos en el agua. No sé en qué momento nos unimos en un apasionado beso.
Acto seguido la tomé en mis brazos y la saqué del agua. Recostados en dos inmensas toallas nos volvimos a besar, me envolvió su aliento, mezcla perfecta de canela y clavo especie. Nuestras lenguas se encontraron en danza perfecta. Besé su cuello marfil, mientras una fuerza invisible me llevaba a sus senos. Manjar delicioso. En mi frenesí mordí suave cada uno de sus frescos capullos. Se endurecían al contacto de mis dientes y mi lengua. Como respuesta escuché sus gemidos de placer.
Proseguí mi incursión hasta perderme en su bajo vientre, cálido, dulce y acogedor. Flor perfecta que se abrió con el contacto de mis labios.
Acaricié sus piernas mientras mi lengua las recorría lentamente. Sabor a miel y limón; aroma a musgo salvaje y flores silvestres. Con movimiento delicado y enérgico voleé su cuerpo. Recorrí a besos su espalda firme hasta que llegué a sus dos montañas perfectas. Las palpé, las lamí, las besé, las mordí…..
Sentí una sed intensa y busqué de nuevo sus sensuales labios. Con una agilidad felina ella me inmovilizó aferrándome por las muñecas. Su lengua recorrió sin pudor alguno cada parte de mi cuerpo. Jugó con mis partes haciéndome perder en los meandros del placer intenso. Fui su corcel domado y obediente, ella la amazona insaciable. Juntos tocamos el cielo una y otra vez.
Exhaustos nos reposamos por un instante. Su cabeza recostó en mi pecho. Logré sentir el latido fuerte de su corazón al unísono con el mío. La abracé tiernamente.
– Nunca me había sentido tan amada como en esta noche – me dijo – Eres un amante ideal.
– Un sentimiento compartido Madeline. Me has hecho feliz. Nunca te había visto por estos lares. ¿Dé donde eres?
– De un lugar muy lejano. He venido aquí especialmente por ti –.
– ¿Por mí? – pregunté sorprendido –.
– Así es, por ti. Tengo una misión específica –.
Cuando quise preguntar, sus labios se unieron de nuevo a los míos. Acaricié su espalda, sus cabellos. Dejó de besarme y se dirigió a mi cuello. Sentí su lengua cálida. Entrecerré mis ojos en acto involuntario. En ese momento un dolor intenso recorrió mi cuerpo. Quise reaccionar, mas no pude. Antes de desvanecer le escuché decir: “Recibe el regalo de la inmortalidad, mi tierno amante”.
No sé por cuando tiempo estuve sin sentido. Al despertarme ya no estaba. La busqué, mas no la encontré. Mi cuello estaba sensible, al palparme sentí dolor y pude notar dos pequeños bultos.
Me levanté. Al lado de mi ropa había un sobre. Lo tomé, mas no lo leí. Me sentía exhausto. Me vestí y me dirigí a casa. Al llegar me desplomé en mi lecho. Miré el reloj, las cinco de la mañana, pronto vendría la aurora. La debilidad me envolvió y me quedé dormido. Cuando abrí de nuevo los ojos, pude comprobar que había dormido todo el día.
Al levantarme fui al tocador, me eché abundante agua fría en mi cara, al querer mirarme al espejo, mi reflejo no hallé. Miré mis manos, me toqué para comprobar mi existencia. ¿Qué carajo me sucede? – me pregunté –.
Vinieron a mi mente las palabras de Madeline: “Recibe el regalo de la inmortalidad” . Me recordé del sobre. Estaba en el bolsillo de mi pantalón. Regresé a mi lecho. Todo estaba en tinieblas, pero yo podía perfectamente ver las letras, podía leer. ¿Qué pasa aquí? – me interrogué – Sentía que me sobrevenía un ataque de pánico. Respiré profundo para recobrar la calma. Más calmado retomé la carta. Una caligrafía perfecta. Tenía un ligero olor a rosas.
Querido Kavi.
Te estarás haciendo en este momento un montón de preguntas. Todo lo tendrás muy claro a su debido tiempo.
No será fácil de asimilar, pero a partir de ayer eres un vampiro. Yo te he dado el don de la inmortalidad. Soy Madeline, la nieta de Louis, quien es el vampiro supremo. Fui escogida por el consejo de ancianos para venirte encuentro. (no te preocupes ya conocerás a toda la familia a la cual perteneces) Ellos ya te conocían y te habían elegido. Eres un vampiro especial con dotes particulares. Al contrario de la mayoría, puedes salir de día sin que los rayos del sol te hagan daño.
Esta noche serás visitado por uno de los nuestros, quien te explicará con lujos de detalles toda tu nueva situación. A él podrás preguntar todo lo que desees.
A partir de ahora serás Kavimpiro.
Pronto nos volveremos a ver.
Siempre tuya, in aeternum Madeline.
Pd: nunca en mi vida (ya más de 500) había probado una sangre tan vigorosa, afrodisíaca, rica, espesa como la tuya.
De mis manos cayó inerme aquella misiva. Escuché como caía y el ruido que produjo al caer la suelo. Mis sentidos se habían agudizado al máximo. La angustia y el temor se fueron convirtiendo en gozo. Había alcanzado la inmortalidad. Me levanté, después de asearme y vestirme con mis mejores trajes, salí a vivir en plenitud mi nueva vida. Sentí un fuerte apetito. Kavimpiro, me repetí con una sonrisa en los labios mientras me perdía en la multitud.